Gonzalo Banda

En Lima ha crecido una electoral antisistema y populista, pero de naturaleza distinta a la identidad electoral antisistema del mundo rural y andino. No cuestiona las reformas de los años 90. Cuestiona la captura de la tecnocracia estatal y de las consultorías en los ministerios con carteras sociales. Es una identidad antisistema que desde hace algunos años ha surgido como respuesta de resistencia a algunas medidas de política pública, como el enfoque de género en el currículo escolar, inducidas por los “reformistas progresistas caviares”.

Esta identidad radical ha crecido en espacios limeños tradicionalmente conservadores y urbanos. No es un fenómeno enteramente peruano porque ya ha visitado varios países como España, Hungría, Polonia y Brasil. Emerge con vitalidad y –lo que para mí es más novedoso– una capacidad de movilización que hace unos años era difícil de lograr para la derecha limeña. Ya sea a través de grupos de padres de familia o miembros de iglesias locales. Incluso, a diferencia de su contraparte andino-rural y antisistema que se difunde en radios regionales y páginas de Facebook, la derecha antisistema tiene un espacio en los medios de comunicación en el que ha logrado que su mensaje se difunda con éxito y sin críticas, incluso con un canal de televisión que actúa como su animador más fervoroso.

En estos años, los partidos y políticos que han defendido una identidad electoral antisistema han entrado y salido de la arena electoral cada vez con más frecuencia en la izquierda o la derecha peruana. Algunos, incluso, la utilizan hábilmente para lograr un lugar en la política nacional o subnacional y luego se entregan al siempre estable patrimonialismo que es el credo más fiel de nuestros políticos, como sucedió con el exgobernador de Arequipa Elmer Cáceres Llica, que prometió convertirse en el próximo Evo Morales para acabar en prisión luego de pasarse la gestión de resaca en resaca, con fotos a lo Tom Cruise en “Top Gun” tras visitar algunas bases aéreas.

En el fondo utilizan las ideas radicales para obtener votos que luego traicionan. ¿Qué fue el fujimorismo en los 90 si no aquel partido populista que apoyó la candidatura de un ‘outsider’ frente al candidato del sistema Mario Vargas Llosa? Así como la actitud desafiante al sistema es permanente, también hay políticos que solo la utilizan como vehículo para ganar y luego abandonarla.

La oferta política se moderó tras el regreso de la democracia en el 2001, pero la demanda política se radicalizó porque somos un país a medio construir, como esas paredes que se dejan sin tarrajear y no se pintan. En los últimos años, la oferta y la demanda radical se han ido alineando cada vez más. Es cierto que no somos un país tan radical como pareciera, sino que, al tener tantos actores políticos endebles, los radicales tienen más opciones de ganar o de tener una cuota de poder.

El aumento del desempleo, la pobreza, la pandemia, la represión policial, solo preparan un escenario para que los partidos y políticos antisistema tengan más opciones de ganar que nunca. Las propuestas de centro son tan limeño-céntricas y tan progresistas que han olvidado que deben representar a todos en el y no a una facultad de ciencias sociales progresista. Solo bastaba con ver la lista de candidatos al Congreso del Partido Morado en muchas regiones en las últimas elecciones para constatar la desprolijidad en la que cayeron al planificar su despliegue territorial.

El panorama no va a cambiar en el corto plazo. La oferta radical y conservadora solo seguirá en ascenso. La aparición de Pedros Castillos, Antauros, Urrestis, Fujimoris seguirá siendo seductora porque el país sigue a medio tarrajear y a nadie le importa mucho. Porque nuestras élites siempre han sido conscientes de que el Perú moderno, a pesar de la disminución de la pobreza y el crecimiento del empleo, se ha construido sobre la base de una delicada paz perpetua que depende de la presencia de políticas más que económicas.

Como en alguna otra columna escribí, para mí, la desigualdad más preocupante en el Perú es la de condiciones políticas y ciudadanas, una que divide y criba más al Perú contemporáneo, un país marcado por la ausencia de instituciones políticas inclusivas, instituciones políticas que garanticen no solo la presencia del Estado, sino el pleno ejercicio de los derechos ciudadanos en todo el país. Si no, que lo diga el Congreso actual, que tanto tiempo pidió para hacer reformas políticas integrales y que hasta ahora no ha garantizado la aprobación de ninguna, asegurando con ello que viviremos de susto en susto.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Gonzalo Banda es analista político