Mabel Huertas

Vivimos en un cuento. O es lo que nos dicen todos los días. Relatos de personajes pintorescos, que gustan usar caretas de víctimas. Uno que hace de la mentira un arte y cuya sangre fría no lo ruboriza. Y otra cuya hada madrina un día la bendijo con una banda y con ello le trajo fortuna.

La política sería divertida si los ‘gags’ de nuestros políticos no afectaran la calidad de vida de millones de ciudadanos. No es gracioso ver a un expresidente allanado por las autoridades de madrugada y capitalizando sus posibles delitos a través de videos en TikTok para obtener más seguidores. Tampoco causa mucha empatía escuchar a la actual presidenta contarnos cómo es que trabajó durante toda su vida para lucir un reloj de más de US$10 mil.

quiere hacerle creer a sus incautos ‘groupies’ que él convocó al Ministerio Público y a la policía para que, en un operativo de madrugada, ingresaran a su casa para hallar las evidencias de su supuesta participación en la presunta organización criminal Los Intocables de la Corrupción. Evidentemente, Vizcarra miente y, como lo ha recordado el editorial de ayer de este Diario, no es la primera vez que lo hace. Quizás en el ránking de sus grandes mentiras se encuentren en primer lugar los argumentos para justificar por qué se vacunó contra el COVID-19 en relación con ningún otro peruano en el territorio. Más famosas son las mentiras en torno del caso Zully Pinchi, su reunión clandestina en Cusco y las melcochosas conversaciones vía WhatsApp. También mintió sobre sus reuniones con Keiko Fujimori previas a la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski, lo volvió a hacer cuando le preguntaron por su relación con el doctor honoris causa Richard Swing. La cantidad, la calidad y la frecuencia de sus mentiras llegan casi a rozar el bien ganado puesto de otro expresidente y actual recluido, Alejandro Toledo.

, la presidenta, hoy tiene al Ministerio Público encima por lucir bienes no declarados. De la noche a la mañana, la discreta exfuncionaria del Reniec, víctima de su vanidad –el pecado favorito del diablo–, ha quedado expuesta y tendrá que explicar cómo llegó a ser propietaria de más de un Rolex. Pero, además, como el criterio no crece en los árboles y a veces es un recurso escaso, deberá cargar con las críticas al acto banal de acudir a eventos frente a personas humildes, con necesidades extremas, luciendo un artículo de lujo.

Boluarte ha sido afortunada. Sin querer, llegó a Palacio de Gobierno, ha sobrevivido a una profunda crisis política, tiene el apoyo del Congreso para navegar hasta el 2026 y su colección de relojes ha crecido. La vara del hada madrina, sin duda, es generosa.

Es una lástima que algunos, por conveniencia o por inocencia, no cuestionen estas fábulas. Toca al sistema de justicia no creer cuentos como los de Pinocho y Cenicienta.

Mabel Huertas es socia de la consultora 50+Uno